Periodista Mamarazzi

Hacer realidad este sitio parecía imposible, como muchos de los proyectos que están en pausa desde que soy mamá. Tenía tanto por escribir, tantos aprendizajes, tantas historias por contar, pero el tiempo iba más rápido que nosotros. Ese es nuestro talón de Aquiles: el tiempo.

Muchos días se vuelven interminables entre berrinches y pañales sucios, sin embargo, parece que no alcanzan. ¡Qué paradójico! Luego están las noches que en un millón de ocasiones se convierten en una prolongación de esos días extenuantes con un bebé que no quiere dormir o que se despierta tantas veces que perdemos la cuenta.

Llegan entonces la frustración, las ganas de salir corriendo, el agotamiento, el estrés, la rutina… Hay mucho que no puedo controlar en esta nueva vida de mamá y eso me aterra. Muchas situaciones me superan, los sentimientos encontrados mantienen una guerra constante en mi cabeza, y la añoranza de la mujer que era antes, es un látigo que castiga muchas veces a la mujer que soy ahora.

Mentiría si dijera que tengo la vida que siempre soñé, porque en realidad nunca deseé ser madre y mis planes estaban más enfocados en mi carrera profesional. Sin embargo, esta nueva vida no soñada ha sido una maravillosa sorpresa, que ha venido con sus luces y sus sombras a cambiarlo todo, especialmente a mí.

Tener hijos no estaba en mis planes inmediatos, aunque casi tenía 30 años. Pero la vida es un laberinto lleno de puertas que nos conducen a sitios que nunca imaginamos. La primera vez que llegaron las dos rayitas rojas, del susto y la incertidumbre, pasamos a la realidad y decidimos tener a nuestro primer hijo a pesar de que, en aquel momento, mi esposo y yo teníamos una relación muy nueva.

Nosotros que recién estábamos comenzando, tuvimos que descubrirnos, conocernos, amarnos, mientras la barriga crecía y la espera nos anunciaba que todo iba a cambiar. Cuando Daniel nació, la vida dio un giro completo. Todo se convirtió en una experiencia completamente nueva e inexplorada.

La maternidad me abrazó con fuerza, tan fuerte que muchas veces sentía me apretaba y no podía respirar. Me sentía perdida y abrumada, entre llantos continuos, cólicos y biberones.

La responsabilidad de criar y cuidar a otro ser humano me llenó de temores y dudas, especialmente porque se convirtió en mi amor más grande y eso intensificaba el compromiso y las ganas de protegerlo. Cada día era un desafío, y muchas veces me preguntaba si estaba haciendo lo correcto. Aprendí a través de errores y aciertos, y poco a poco, nos adaptamos a nuestra nueva vida. Cada sonrisa, cada logro, cada abrazo, me recordaba que había tomado la decisión correcta, aunque en un principio no fuera mi plan.

Cuando creí que ya tenía todo bajo control, la vida me sorprendió nuevamente con la noticia de que otro bebé estaba en camino. La mezcla de emociones fue abrumadora: felicidad, miedo, alegría y ansiedad se entrelazaron en mi cabeza. Las certezas volvieron a convertirse en incertidumbres.

El nacimiento de Emma trajo consigo una nueva dinámica familiar. Aprender a equilibrar el tiempo y la atención entre dos pequeños demandantes fue todo un reto. Pero también me enseñó a ser más paciente, más comprensiva y a valorar cada momento que comparto con ellos.

La maternidad me desafió a crecer, a enfrentarme a mis miedos, a superar obstáculos y a encontrar una fuerza interior que desconocía. Desde que soy madre me he limitado en muchas aristas de mi vida, pero también ese ha sido el punto de partida para asumir riesgos y proyectos que nunca pensé tendría el valor suficiente de enfrentar.

Cuando decidimos emigrar, atravesando selvas, fronteras, ríos, para llegar a Estados Unidos y comenzar una nueva vida, ellos fueron mi impulso en todo momento, el único equipaje que necesitaba para volver a nacer todos juntos.

Ya ha pasado un año, los desafíos muchas veces parecen que nos superan. Nunca imaginé que viviríamos tantas experiencias renovadoras, tantos miedos compartidos, tantos primeros pasos que nos han acercado a esa vida que no soñé, pero que es un sueño hecho realidad.

La maternidad vivida desde la migración, con todos sus duelos, cambios y procesos transformadores, me ha enseñado a valorar las pequeñas cosas, a disfrutar del presente y a ser agradecida por las bendiciones que nos han llegado en medio de los días más caóticos.

Aunque la vida que tengo ahora no es la que había soñado, puedo afirmar que está llena de amor, aprendizajes y descubrimientos. Ser madre me ha enriquecido como persona y me ha dado una perspectiva diferente sobre lo que es realmente importante.

Cada día es un desafío y el camino está lleno de obstáculos y nuevos retos, pero también de momentos muy felices y de una gratitud infinita por todo lo que hemos construido juntos…Y todo lo que nos falta.

La maternidad no siempre es fácil. De hecho, para mí ha sido muy difícil, pero es un viaje transformador que me ha llevado a conocerme a mí misma en formas que nunca imaginé. Ser mamá de dos pequeños traviesos en un nuevo país ha sido la verdadera travesía de mi vida. Me ha ayudado a explotar mi lado creativo, a reinventarme y a dibujar mi nueva identidad en este mapa lleno de rutas inexploradas. He tenido que mirar de frente cada uno de mis traumas, sanarlos poco a poco y volver a escuchar a mi niña interior que tantas veces perdió la voz intentando llamarme.

Creo que nunca me atreví a soñar con esta vida porque sentía que no estaba lista. Pero el destino caprichoso me enseñó a soltar lo que ya no formaba parte de mi esencia, a crecer, a evolucionar, a decir adiós al pasado y construir nuevas metas que parecían imposibles, pero en Traviesilandia se han hecho realidad. A pesar de las pesadillas, esta vida que no soñé, es y será mi sueño más grande.

Sol en periodistamamarazzi

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